El ser humano y el problema de la autoestima, el «yo»
He comprendido a lo largo de los años que la sabiduría de este mundo enseña engañosamente que creer que uno mismo es intrínsecamente bueno, es fundamental para vivir una vida realizada. Dentro de este orden de ideas debo expresar que este punto de vista pasa por alto los resultados devastadores del fracaso de Adán y Eva en obedecer a Dios. En función de lo planteado, la Escritura enseña que una vida abundante no depende de tener una «buena autoimagen» o «más autoestima». En cambio, la satisfacción en la visa depende de una relación con Dios y una respuesta bíblica al problema del «yo».
La desobediencia de Adán y Eva fue catastrófica en el sentido que el pecado destruyó todo lo que el hombre tenía y gozaba para sentirse satisfecho dentro de su relación con Dios. Ahora, él vive muerto en sus pecados y su condición está espiritualmente inhabilitada para salvarse por sí mismo y sentirse ser la persona de la película. En este sentido, debemos comprender que la única solución es que su fe y su arrepentimiento para vida, que son ambos «dones de Dios», sean orquestados por Él. Dicho de otro modo, somos inútiles para contribuir aún en lo más mínimo detalle para la salvación.
Veamos lo que la Sagrada Escritura habla de la autoimportancia del «yo».
La importancia de la autoestima, la Biblia la considera como polvo (Salmo 90:3; 103:14).
Como una flor en el campo que florece y luego pasa (Salmo 103:15-15; Isaías 40:6-8 y 1 Pedro 1:24).
Como un gusano y no un hombre (Job 25:6; Salmo 22:6).
Como un vapor que aparece por un momento y luego se desvanece (Santiago 4:14).
Es capaz de conocer la diferencia entre el bien y el mal, Génesis 3:22 y Romanos 1:18 —y restringe la verdad.
No puede hacer nada fructífero separado de Jesús (Juan 15:5), y separado de Jesús el «yo» es un esclavo (Romanos 6:16-18; Hebreos 2:14-15).
El «yo» es corrupto, injusto, vanaglorioso e inútil (Salmo 14:1-3; 53: 1-3; Eclesiastés: 7:20 y Romanos 3:10-18)
La Biblia afirma que esa es la realidad de la autoimportancia del «yo», la cual no debemos poner énfasis ni debemos preocuparnos de que ella nos defina como persona y vernos hasta el punto en que la idolatría venga a nacer en nosotros y vernos aceptables en la sociedad. La pregunta es: ¿por qué buscar aceptación de un mundo que crucificó a Cristo? De un mundo que, al igual que el «yo», es corrupto, injusto e inútil (Salmo 14:1-3; Salmo 53:1-3; Eclesiastés 7:20 y Romanos 3:10-18).
Todas estas complicaciones negativas que la Escritura ha afirmado están condenadas, al menos que Dios nos conceda a nosotros el arrepentimiento para vida y la fe en Jesucristo para un nuevo nacimiento y así tener una nueva perspectiva bíblica acerca de este problema de la autoimportancia que ha venido influenciando sociedad general. Sin Cristo, nuestra sabiduría es inadecuada para dirigir nuestros pasos hacia una esperanza eterna (Proverbios 14:12).
Dios me ayude a no proyectarme ser un ídolo de mi propio «yo».